Carlos Alcaraz estrena victoria en la Laver Cup

GREGORIO LEÓN

Carlos Alcaraz no quería defraudar a Roger Federer. Se había dejado en su habitación de El Palmar una foto de la leyenda suiza que iluminó desde niño sus sueños infantiles. Y en Berlín pudo charlar con él, tímido, con las palabras enredándose en su garganta ante la envergadura del hombre que tenía delante. Y el chico de El Palmar sacó todo su repertorio para conseguir la primera victoria de su carrera en la Laver Cup, la creación del suizo. Europa se acerca al resto del mundo en un torneo donde se concentran los mejores. "Viva Murcia, pijo", escuchó Alcaraz desde la pista, sin poder reprimir una sonrisa de satisfacción, identificativa con su tierra. La que ha parido a un hijo al que adoran los dioses. Federer, uno de ellos.   

El tenis nunca puede perder su cualidad recreativa, aquella que lleva a miles de espectadores a todas las pistas del mundo. Ese componente lúdico que te hace más feliz. Y Alcaraz y Ben Shelton lo entendieron a la perfección en el primer set. El estadounidense, revelado como nuevo actor de este deporte en el US Open del año pasado, dueño de un potente servicio, comprometió al murciano, que tuvo emplearse a fondo. Después de malgastar varias opciones de quiebre, le rompió el servicio e inclinó una manga hasta ese momento equilibrada.

Con la confianza adquirida en el primer set, el segundo fue para Carlos Alcaraz un permanente homenaje al espectáculo. Perfeccionó las dejadas que ya había desplegado en el capítulo inicial, domesticando bolas con la maestría que solo posee él. Su derecha fue la de siempre, dibujando ángulos que eran imposibles para Shelton. Y multiplicó sus golpes de revés, practicados una y otra vez, cada vez con más potencia, cada vez más angulados, cada vez más letales. Su rival intentó erguirse. Pero ya era tarea imposible discutirle a Alcaraz un triunfo que nació de la esencia originaria del murciano: jugar para divertirse. Y el público que poblaba las gradas del Uber Arena lo paó en grande, rendido a un jugador superior, que honró al tenis ante la mirada escrutadora, en primera fila, de un suizo cuya imagen sigue en El Palmar, como parte de un santuario.